Por: José H. Álvarez Rendón (*)
Estampas
Aquella noche de marzo en el año 1966 llegué corriendo y con retraso a la casona de la calle 57 donde sesionaba la Liga de Acción Social. Parado en el umbral del salón de actos alcancé a escuchar una voz femenina: “Y se levanta la presente acta para constancia, discusión y aprobación”. Así se dio trámite al primer punto del orden del día.
El segundo punto correspondió al presidente de la Liga, doctor Alfonso Albertos Tenorio, quien me invitó a tomar asiento antes de presentarme como un aspirante a socio… Ciertamente muy joven, pero con ansias de aprendizaje, dispuesto al servicio de la comunidad… “Esa sangre nueva que nuestra sociedad necesita”.
Aquella voz femenina, desde su sitio de segunda secretaria en la mesa ceremonial, me preguntó de inmediato: “¿Me dices tu nombre completo, por favor, es para el acta…”.
Gloria María Vargas y Vargas no era una desconocida para mí. Desde los nueve años la veía en la escuela Urbina Castellanos fascinando a las alumnas con sus clases de Historia patria. Más tarde, siendo ya un mocito de 13 años, comencé a asistir anualmente al célebre concurso de declamación de la secundaria Eloisa Patrón de Rosado, su principal y más amado centro de trabajo.
Era en ese certamen donde podían observarse dos de las cualidades más notorias de la maestra Gloria: su don para la organización y una notable capacidad para distinguir las aptitudes emotivas y expresivas de sus educandos. A un tabasqueño bronco y sin cortesías le adjudicaba “Manelik”; a este muchachito tristón de ojitos verdes, pues le ponía “Volverán las oscuras golondrinas” y si había algún adolescente de ojos fogosos y guapo como un ángel, entonces lo hacía declamar “Tus cinco toritos negros”.
En la Liga era el espíritu moderador cuando algún aspecto de la vida social enfrentaba a próceres como Mario Ancona Ponce, Julio Laviada Cirerol, Rodolfo Ruz Menéndez o William Brito Sansores. Con ojos de moderna Atenea observaba risueña el devenir de las opiniones y siempre -y esto me llamaba la atención- concluía con un resumen de argumentos de espléndida claridad para ilustrar “su acta”.
Cuando la “acción” de la Liga era algo más que un nombre, ella era la primera. Me parece estarla viendo, a las siete de la mañana, en el callejón del Ateneo Peninsular, acompañada por don Francisco Rosado de la Espada y otros socios, convenciendo a las personas que abordaban los camiones en tropel a que hicieran la cola civilizadamente. Quienes ahora aguardan los autobuses urbanos y se forman normalmente no tienen ni idea de la campaña que hubo de hacerse para conseguir ese avance cívico.
Tuve ocasión de conocer a “otra” Gloria Vargas y Vargas, pues éramos vecinos muy cercanos en las playas de Chelem. A las puertas de su casa, en las noches de las vacaciones, solía leernos poemas de Nervo y Campoamor, al compás de las olas, a un grupo de aprendices entre los cuales recuerdo a Daniel Osorno Medina, uno de los lectores más voraces que he conocido. Mucho de lo que aprendimos de rima oportuna, de acentos métricos y demás proviene de esas marítimas sesiones.
Decirle adiós a una socia de la Liga de Acción Social como fue la señorita Vargas y Vargas, despedirse de una maestra como Gloria, siempre será momento triste. Se lleva consigo muy buenos años de testimonio ciudadano, de congruencia didáctica y genuino afecto por los valores de nuestra comunidad. Pero también brilla por ahí una chispa de gozo si consideramos cuántos de sus alumnos recuerdan aún sus enseñanzas y su ejemplo.
Quienes la apreciamos debemos redactar de inmediato un acta rica en hechos y abundante en detalles generosos para que quede “para constancia, discusión y aprobación” para los inciertos, venideros años.- Mérida, Yucatán.
jorgealvarezredon@hotmail.com
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*) Cronista de Mérida